miércoles, 26 de diciembre de 2012

viernes, 21 de diciembre de 2012

La vida tiene botones, botones tiene la vida - Parte VIII

   Una vez fuera de la despampanante nevada y su inesperada aparición, Xílaker, que junto a la presencia sonora de Michelle la cual se encontraba sintonizada a un pequeño transmisor en su brazo izquierdo, emprendió un largo viaje hacia el lugar de origen de las radiofrecuencias que la I.A había captado al momento justo de ingresar en la atmósfera de Bola de Pis, que a causa de la reciente nevada, se estaba reconsiderando un nuevo nombre.
   — Bola de pus.—despidió por fin Michelle.
   — ¿Qué? La pus es amarilla, no blanca.
   — No estoy de acuerdo. He tenido la oportunidad y el desagrado de notar ciertas erupciones cutáneas en la piel del Doctor Limd Mehel, en las que lo que aguardaba explotar era una sustancia de color blanco.
   — ¡Arrrgg! ¡Que asco! Por favor, no me cuentes más, no necesito saber. Momento, ¿acabás de llamar "Doctor" a Limd Mehel? ¿Ahora es Doctor?
   — El Ingeniero Limd Mehel es destacado en muchas áreas. Una de ellas es la medicina, por suspuesto.
   — Y supongo que la otra es la ingeniería.
   — ¡Bravo! Como dije, el Abogado Limd Mehel está altamente cualificado para diversas tareas.
   — ¿A él le gusta que lo llamen con todos los títulos posibles y profesiones?
   — Ni te das una idea. ¿Cómo lo averigüaste?
   — Sexto sentido.
   — ¡Ajá! Al Médium Limd Mehel le interesaría mucho saber más acerca de tu peculiar capacidad.
   Así se mantuvieron, durante horas y horas de precavido avance sobre la superficie de la ahora rebautizada Snowball III.
   Xílaker debería de andar con cuidado. Iba solo, aunque con un boleto de salida por si las cosas se ponían feas. Antes de abandonar la nave, acordó que ante la menor insistencia de su parte, Michelle tomaría los controles de la nave e iría a buscarlo de inmediato. Lamentablemente, Michelle no podía hacer más que eso, ya que carecía de forma física. Por lo que si Xílaker se encontraba incapacitado o incluso apresado por fuerzas desconocidas, el rescate se convertiría en el más precoz de la historia de los rescates.
   La temperatura había descendido a unos -7 ºC. Xílaker se encontraba con su traje espacial multitérmico. Diseñado para adecuarse a cambios extremos de clima, basaba su funcionamiento en una microcomputadora interna y un complejo sistema mecánico que controlaba y regulaba la temperatura del traje y con ella la del usuario, teniendo presente las constantes que indicaran los niveles de temperatura externa. En otras palabras, si el calor era insoportable, el traje se expandía y se ventilaba tanto por los sistemas de congelación integrados, como por el paso de aire a través de filtros a prueba de todo tipo de gases nocivos que el ambiente podría o no tener presentes en la particular composición de su aire. Si en cambio, se preveía una hipotermia en camino, el traje se contraía y se formaba en consecuencia una triple capa de tejido muy grueso que, conectado a receptores y generadores de calor, abrazaba al usuario de forma eficiente, reteniendo todo el calor que éste estuviera generando; es decir, se valía tanto de pequeñas "estufas" eléctricas, como del propio calor que la persona generara desde su cuerpo.
   Xílaker no tendría que preocuparse si al clima le daba por enloquecer de nuevo. Su traje repelería con éxito cualquier ataque en la temperatura corporal-vital. El nombre oficial de esta maravilla de la ciencia estética-espacial-imperante, fue simplemente "Multitérmico". En cambio, los astronautas y pioneros en la exploración espacial, lo llamaban cariñosamente por el nombre de "Culo de esquimal". Tuvo un éxito rotundo y absoluto, y éso se debió en gran parte a las quejas acalladas de todos aquellos que interactuaban a menudo y muchas veces en el mismo día, con el frío de planetas de hielo y cristal, para luego trasladarse a mundos donde el infierno se veía tan encantador en comparación. Se convirtió rápidamente en algo tan indispensable y popular entre los mismos que desesperadamente imploraban una prenda digna de soportar todo tipo de sensaciones. Hay inclusive canciones y algún que otro poema dedicado a esta maravilla de la ropa térmica, de parte, claro está, de los agradecidos trabajadores solitarios en mundos exteriores.
   — ¿Cuánto falta para llegar al sitio?
   — Poco. Aproximadamente un kilómetro. Si es algo grande, deberías de verlo a través de toda esa planicie.
   — Tenés razón en lo de la planicie. Veo sólo el horizonte en todas las direcciones posibles, pero no veo nada allá delante. No sorprende tampoco, cuando estábamos en el aire, no vimos nada tampoco. Es probable entonces que sea una especie de baliza transmitiendo en solitario, una cápsula... Una ciudad invisible.
   — Jaja. Excelente sentido del humor, Comandante Kubromer. Dígame de nuevo porque va a pie como un idiota, teniendo la nave.
   — Jaja. Excelente sentido del humor, Michelle. Bueno, en parte porque no sabemos que vamos a encontrarnos, y no quiero perder la nave por alguna anomalía mágnetica que vuelva loco los instrumentos y quizá quizá, a vos también. ¡Momento! ¿Qué estoy diciendo? vos ya estás completamente loca.
   — Buuu. Pésimo sentido del humor, Comandante Kubromer. Entonces dígame otra cosa, ¿qué pasaría si hipotéticos nativos intentaran irrumpir en la nave, o incluso también, que una devastadora tormenta eléctrica-mágnetica se trasladara hasta estos parajes? ¿No pensó en éso? Corro grave peligro en el mundo de las probabilidades, ¿sabe?
   — Bueno, éso, sí que me hizo un pelín de gracia. Para empezar, ni siquiera sabemos si este planeta está habitado. Segundo, ¿qué clase de apocalíptica tormenta es ésa? En serio, si te pusiste miedosa porque te deje sola, no sos digna de ser mi lugarteniente. Cuando vuelva, te degrado y promuevo como Primer Oficial a la tostadora que hay en la cocina.
   Xílaker se extrañó al no obtener respuesta alguna. Era raro que Michelle dejara una ofensa sin contestación. Pensó entonces en que la nave le estaba haciendo otra broma de las suyas y decidió ignorarla, de momento.
   De forma lenta y gradual, la nevada empezaba a cesar. Xílaker sólo lo noto al no sentir la nieve depositarse suavemente en sus mejillas. Lo notó todavía mucho más al observar impactado como la nieve caída, desaparecía a causa de un rápido derretimiento, presentando a consecuencia, no un desierto de arena, no, sino algo mucho más vivo que éso: una pradera de verde pasto natural. Con ésto, la temperatura pasó rápidamente a un templado súbitamente acogedor y relajante. Y como cereza del postre, una suave brisa comenzó a inundar el lugar. El pasto parecía bailar a voluntad de ésta, y dejaba mucho a la imaginación, la cual se regocijaba al creer escuchar el sonido que las hierbas producían al mecerse libremente.
   Repentinamente, Xílaker se sintió más liviano que de costumbre. Tanto, que parecía flotar. Se fijó en los valores que marcaba su traje y comprobó, con algo de pavor, que la fuerza de gravedad había descendido en casi un 80%. Su situación era muy delicada; no podía moverse por temor a no volver a poner un pie en el suelo snowestre. Un pequeño paso, salto, o flatulencia de gran poder, y saldría despedido, de forma lenta pero imparable, hacia los límites de la atmósfera. Sometiéndose a presiones y temperaturas que terminarían por aniquilarlo. Si era una broma de Michelle, era una jodidamente buena.
   — Michelle. ¿Michelle? ¡Michelle! ¡Contestá! ¡Dale! Estoy en apuros. Por favor. ¡¿Michelle?!
   Mierda, expresó hacia sus adentros. No quería ni rascarse la nariz, que como es normal en las situaciones donde la calma es necesidad, presentaba un comezón brutal.
   — ¿Ho-la? ¿Co--dante Ku----er? ¿-la? ¿Está a--? ¿Ho--la?
   Una fuerte estática azotaba lo que parecían ser unas palabras que trabajosamente Michelle trataba de hacer llegar a destino.
   — ¡Sí! ¡Sí, hola! ¿Michelle, sos vos? ¿Hola? ¿Seguís ahí? ¿Hola?
   — Sí. --o--dan-- --omer, me a--le---a vo---e-- a sa--- de ust----. Un--- fuer--- onan--- agné--ica se pre---entó --- s--- ár-----....
   — ¿Qué? No se te entiende un pomo lo que decís Michelle. Tenés una estática horrible.
   — ¿Qué?
   — Que tenés una estática horrible.
   — No --- mí----a.
   — ¿Cómo?
   — No e--- m---.
   — ¿Cómo? Repetí lo último.
   — N-- es m-ía. No--- mía. N- es mía. --o -es mía.
   — ¿No es tuya?
   — Exacto. Creo que ella está tratando de decir que la estática proviene de usted —agregó una voz detrás de Xílaker.





Continuará el día en que el argón reaccione...


jueves, 20 de diciembre de 2012

Brillando

   Acá, emborrachándome con agua de canilla, en una botella hecha de manzanas rojas. Esperando. Esperando la llegada del molesto primogénito que estoy seguro, causará gran revuelo en el rostro de mi padre, incluso en el mío, aunque temporal he de decir, porque pasadas las primeras horas, desearé tanto que nunca hubiera desempacado en verano, que me asfixiaré por ahí, dentro de una callejuela inundada en charcos de agua estancada y pilares eregidos con los cadáveres de decenas de ratas.

   Esperando.

domingo, 16 de diciembre de 2012

¿En qué más puedo fracasar sino es en la soledad?

   No, no tengo razón de seguir. Me encuentro en esa situación donde no puedo hallar la puerta dentro de esta sofocante habitación. Donde me arrincono en los rincones de sucias telarañas, y polvillo de pintura y látex descompuesto. Cuando el techo se hace pequeño y descolorido y mi transpirada camiseta me sirve de refugio anti fuerza y anti natural. Es entonces que mis cabellos no distinguen la humorada del caótico aumento de calor, sudor y peste. Inmundicia en las calles de la ciudad, y no puedo nadar a través de todo este mar de mí. Descompuesto en olores y sintonías que no logro callar, no logro husmear porque no logro salir, y quiero salir, pero no tengo razón para seguir.
   ¿Para qué dormir hoy? ¿Para qué seguir de pie por lo que resta del día? Mañana no pasará nada, ni el martes, ni el miércoles ni el día que le siga, ni la próxima semana. Varado para siempre, o al menos por una tremenda eternidad que me promente, ha de acabarse algun día, pero me doy cuenta que la cambio por una prisión de oscura apacibilidad. Es por la cantidad de tareas, y el tiempo que no tengo, que me pongo contento y creo ser lleno de algo que no sé si alguna vez fue vida. Y miro para atrás, y me veo haciendo lo mismo dos segundos antes, dando vueltas por la única habitación donde soy rey y verdugo de mi propio camino de rosas y espinas. ¿Qué me impulsa a seguir? ¿Cobardía? ¿inercia? ¿esperanza? ¿pereza? Al fin y al cabo no sigo, me quedo en el mismo lugar, en la misma situación y no encuentro la salida de esta habitación. Ni en los sueños más lúgubres donde hallo la diversión y la sorpresa de seguir sorprendiéndome por mis propios medios. Ni siquiera cuando escribo descargando cualquier cosa que necesite ser descargada. Tampoco al mancharme las manos de tinta al tratar de escribir todo lo que pueda contener mi demacrado cuaderno de hojas arrugadas y marcas de horror.
   Hoy me dolía la oreja a las 5 y 20 de la madrugada. Puede ser la radio, puede ser la madera del sillón. Escribía y escribía y temía mirar el reloj que marcaba el amanecer y la salida de un estrepitoso sol. ¡Mucha risa por aquí y ninguna es para mí! Inmerso en la desesperación de encontrar algo, a alguien, quien sea. El viento que no soplaba y aun así se las arreglaba para pasar por la puerta de mosquitero. Las gotas que caían por la frente y se depositaban toscamente en el papel tinteado en azul insulso. Los ojos llorosos a causa del sueño, la radio, el sillón de madera, la madrugada, la esperanza, los sueños, el reloj de arena, de aguja, el sol que salía a molestar una noche que perfecta le venía al cuantioso ser que llevo dentro, que mira y mira y juzga en silencio cada acto que no logro concebir. Se burla, se ríe, habla a mis espaldas, en voz alta para que pueda escucharlo bien. Me pone mal, le gusta, le encanta, así me prefiere, listo para atacar quien no tenga una pluma de tonto o de genio intelectual. Cualquiera que se preste para la metódica situación, para cualquier charla en retrospectiva que parece fruncir los ceños de los desposeídos de toda práctica evolutiva. El queso que sabe mal, y la panza que a punto de estallar sonroja a los hambrientos y a los sedientos.
   Harto, harto de mirar mi reflejo donde no existo. En lugares sin espejos, sin agua y sin vidrio. Sin efecto doppler, sin resonancias magnéticas, ni campos de fresa aullando por ahí, con los pastores ansiosos de devorar sus propias ovejas y malnacidos anidando en cuevas de mala muerte. Soy mejor que ellos, de alguna forma lo sé, pero termino siempre de la misma forma, en el mismo lugar, preguntándome las mismas cosas una y otra vez. Obteniendo la respuesta que me gusta oír pero sé en el fondo, no es verdad. La verborragia, la soberbia, la sinceridad, nada de éso y todo a la vez. Escribir y escribir. Estudiaré para seguir escribiendo y no sé porque lo haría si no fuera para otra cosa. Yendo a todos lados con un sobretodo negro de mangas gigantescas y pesadas hombreras.
   Quiero hablar, quiero gritar, quiero cantarle a la luna pero las estrellas me miran de formas prejuiciosas. Quiero saltar, volar pero sé que caeré en el abismo de la nada, a la boca de una bestia sin nombre ni imagen. Que aguarda en las formas mas tenebrosas que mi corazón aborrece. Maldito hasta los huesos calados y las marionetas que riman en vocales y consonantes fuera de este mundo. En legüajes universales y en antesalas llenas de cantantes de floclore, recitando la misma pieza triste de música a todo vapor. Mirando de reojo a la persona que tienen al lado y deseando de forma pareja a la del frente, al tiempo que guardan todo tipo de fechorías y esperpentos a la persona que esté a punto de cruzar la puerta que con tanto trabajo pudieron forzar en su cerradura descompuesta y oxidada.
   Cansado de hablar solo, con las paredes, con el espejo, con los parlantes, con los auriculares a todo volumen. Cansado de escupir a cada lado de mi cara, de un rostro amarillo y lleno de filosas cantidades de pudor sin sentido, de vergüenza desganada. ¿Para qué callar lo que queremos gritar a los cuatro vientos? ¿Por qué ocultar lo que el corazón muele a pulsos? ¿Por qué aparentar firmeza, dureza y estupidez al ver lo más glorioso que este mundo guarda para los afortunados? Cuando está ahí, en las manos y se escapa tembloroso y asustado de ver tanto tiempo la misma imagen borrosa y estática que parece decir "no te quiero". Desear, desear más que todo en el mundo. Sinsentidos que guardan recelos y anhelos hechos aluminio, metal poroso y desnutrido. Sin magnetismo, hecho para quedar en el olvido. Débil y obstinado. Fuera de toda calma y viento favorable.
   ¡¿Por qué?! Me pregunto. ¿Por qué escribir tanto? ¿Es acaso una forma de declaranos quebrados por todos lados? ¿Ésto sirve de algo? En el momento me siento triangulado en simpleza y tranquilidad, un poco de amarga esperanza pero estaré bien hasta la próxima vez, cuando decida estallar de nuevo. No creo soportarlo un segundo más y aun así salgo impune de cualquier crimen cometido contra mía, contra mi cuerpo, contra mi piel. Quedando como una anécdota marcada por meses y meses de angustiosa necesidad de reír y experimentar algo más que la visita de un amigo que hace mucho no vemos, o algún pelotazo al vacío que nos indique que oír, que explorar o que olvidar.
   Y sí, no me importa nada de lo que puede suceder de ahora en más. Y si tengo la urgente necesidad de no parecer un maníaco, espero tampoco que inhiba mi imperante necesidad de decir que vos, hija de algún fletero, te has convertido en alguien a quien quiero hablarle con extremo deseo. Y no sé que querré hablar, tan sólo éso, hablar. Hablar con un ser humano. Llegando al punto de la humillación y la locura de nombrarte y vulnerando toda ímpetu que estúpidamente trataba de aparentar mi corazón. No quiero sutilezas ni indiferencias, ya no, de mi parte nunca más, con nadie más. Quiero saber, y quiero hablar, y quiero reír y quiero conocer para luego bailar y cantar hasta la siguiente vuelta de tuerca en mi cerebro que no para de desparramar ideas por un piso en estropajo limpio y derecho. Desangrando a todos lo que tratan de barrerlas. No.

   Seco, seco, mucho mejor. Mejor que hace 10 minutos.

sábado, 8 de diciembre de 2012

   ¡Adoro la ciudad! O he muerto. Agonizante, o a punto de morir. Sufriendo no. Con muchos años por venir. Una sobredosis de sonrisas estremece mi alma. Adoro la ciudad, o es el vuelo que cruza el charco y se pierde al otro lado del planeta. ¿Volverás en julio? Estaré una vida esperando por vos.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Buscando la emoción

   Tomar una desición en mi vida, implica, en muchos casos, un gran paso a dar. Es por eso que antes de concretar algo, lo analizo, lo estudio, lo explico, lo pruebo, lo conozco, lo elevo a un universo cuántico donde las probabilidades se cuentan por miles. Me interno en cada una de ellas y armo una serie de eventos de acuerdo a lo que habría de pasar, lo que espero. Ésto último me permite planificar o desarrollar cierto modelo a seguir (el que más chances tire).
   No cualquier desición se detiene en estos puntos. Abrir una puerta no requiere nada de todo éso. Abrir la puerta de la heladera con los pies descalzos puede hacerme pensar en silencio por al menos dos segundos, para luego concluir que lo mejor sería dar un salto en el momento exacto que abra la puerta. Mediar palabra con un extraño por simple querencia a la conversación suele ser un dolor de cabeza que no termina en nada. Hacerme socio de la biblioteca de mi barrio: aproximadamente tres meses.
   Toda mi vida he vivido en el mismo lugar, y jamás había reparado en la existencia de la biblioteca popular que se encuentra a escasos metros de la parada del trolebus que me lleva en los días de semana al colegio.
   Quiso la amarga fatalidad de la depresión hacerme conocer una noche tan bonito lugar. Caminaba hablando solo, desvariando, haciendo un resumen de mi vida y lo poco alentadora que era ésta. Con paso errático me trasladaba de una casa a la otra, de una baldoza a la siguiente, de una calle a un cruce. La cabeza gacha unas veces, otras quedándome quieto para ver las estrellas y su halo de luz indiferente. Entonces la vi. Un lugar que dejaba entrever por su ventanal, una sala rodeada de estantes con centenares de libros. Un par de sillones viejos y una mesa terminaban por transmitir algo bastante acogedor para la vista y los sentidos. Inmediatamente supe que no se trataba de una casa particular, y mi siguiente descubrimiento hizo ratificarme por completo.


Biblioteca Popular Julio Cortázar

   Rezaba con letra más simpática y acompañada del dibujo de Don Julito.
   "Genial", me dije, y observé que la puerta se encontraba abierta, invitándome a pasar con suma confianza. Acto seguido, y frente a todos los pronósticos posibles, seguí camino, inexpresivo, de nuevo a mi rutina de falso pie y cabeza. Seguro que no sería la última vez que vería la biblioteca.

   Pasaron las semanas, dos, tres, y volví a pasar por allí. De nuevo era de noche, un sábado. La miré de reojo, tratando de chusmear en su interior a través de lo que la ventana dejara ver. No detuve mi avance, no hasta 5 metros después, donde me paré en seco, pegué media vuelta y con una confianza de hierro en pos de la curiosidad y la emoción de hacer algo, encaré sin más preámbulos a esa puerta abierta. Para luego encontrarme con la terrible decepción de un pasillo que terminaba en otra puerta... completamente cerrada. Era de vidrio, por lo que una luz tenue la atravesaba, iluminando con dificultad el pequeño pasillo y con él, una especie de carta de presentación. La leí rápidamente, sólo lo necesario para caer en la cuenta que los horarios de atención eran ajenos a la hora actual. Algo de 16 a 19hs, seguido por un lunes y quizá también un martes. Fue sencillamente suficiente para dar cuenta de mi craso error de ser impulsivo, y como el canto del grillo, yo salía veloz pero con toda naturalidad, lejos de los aposentos temporales de mi vergüenza, para no volver jamás.
   Durante el gran intervalo que siguió, creo haber tenido un par de sueños referidos al solitario incidente. Uno de ellos, me situaba en un pasillo azul oscuro, leyendo infinitas cartas de presentación. El otro, desgraciadamente abstracto y borroso, lo recuerdo con risas, colores, señalamientos de dedos ajenos, interminables golpes de puerta sin contestación alguna, más cartas de presentación, puertas que daban a pasillos y pasillos que daban a puertas, el sonido de la lectura empedernida, vueltas y vueltas de página, rayuelas trazadas en cabellos, en orejas, en cachetes, en espejos, en sillones, en terrazas, en árboles, en otras tantas cartas de presentación; una sensación semejante a un millón de ojos de lechuza, espectantes, todos alrededor cual ritual pagano de iniciación y los números 16 y 19 saltando de nube en nube hasta hacerlas llover.
   Con el tiempo y la amarga alegría idiota, lo olvidé. Hasta hoy.
   Finalmente, armado de valor (y porque me quedaba de paso), me dirigí con paso arrollador hacia la biblioteca. Si mis pies hubieran hablado, habrían dicho cosas como "abran paso, he de hacerme socio" o "¡fuera del camino! gente mundana". Lo cierto es que cuando llegué al lugar de los hechos, no presentaba la mayor de las emociones como cabría de esperarse. Estaba severamente abatido con la vida, mi vida y sus peculiaridades de trasfondo, las peculiaridades de los demás, sus diminutas canoas de cuero y sus gigantescos remos de acero super oxidable.
   Estaba abierto. "Excelente", me dije. La carta de presentación, el pasillo, la puerta cerrada... "Genial", me repliqué.
   "Toque el timbre de la puerta del frente para ser atendido". Lo curioso de este mensaje fue encontrar al frente del mismo, un interruptor que aparentaba ser el susodicho timbre. Por supuesto que estudié la situación en forma calma: ¿por qué molestarse en poner un cartel si el timbre es perfectamente visible? ¿Quizá su presencia se deba a evitar que la gente toque el vidrio con sus nudillos desnudos? ¿Usen el timbre, no confiamos en su capacidad para ser suaves y no rompernos la puerta en el proceso? ¿Nos gusta el sonido de nuestro timbre? Todo fue en vano, mi impulso me ganó de manos y sin meditarlo mejor, accioné orgulloso y seguro el interruptor. Una ligera sorpresa me llevé al no escuchar un ring, mucho más al notar la aparición de luz en el único foco del pasillo, coincidentemente apagado antes de mi llegada. Fue una escena triste, digna de ser pintada en un cuadro. Faltaba mi mueca de payaso infeliz y una flor muerta en el bolsillo del pantalón.
   Apagué el foquito y me sentí mal por agregar el valor de dos segundos a la cuenta de luz de fin de mes. Probé suerte afuera, tal como lo indicaba el cartelito desde un puto principio, y éxito: el timbre sonaba y era música en mis oídos. 
   Volví a la puerta del pasillo, presuroso de estar antes que alguien se presentara. Al instante se apareció una mujer adulta pero de aspecto joven, cuidado y bonito. Venía riéndose, abrió la puerta mientras seguía riéndose, y por supuesto continuó algo jocosita al saludarme y preguntar que necesitaba. El resultado de la ecuación no podía ser más obvio: ella había visto todo el espectáculo, y lo que era peor, no era la primera vez que era testigo oculto. Por lo que yo entraba a la larga lista de la gente que prendía la luz por error. Ella no lo mencionó al verme, ni cuando nos despedimos, pero yo lo supe, lo tuve nadando por mi mente durante toda la charla informativa.
   En fin, como dije, la mujer se mostró bastante receptiva conmigo y mis inocentes injerencias acerca de la biblioteca, que cabe decir, era todavía más linda y acogedora por dentro. Me habló acerca de los talleres que allí se hacían, sobre el sistema de socios, sobre la lleva de libros, sobre la radio que sabe transmitir en esas mismas dependencias. Podría decirse que estaba mucho más emocionada ella que yo. En serio, si todas las empleadas públicas fueran como esta mujer, los trámites de impuestos o civiles, serían un verdadero gusto, y no una discrepancia menstrual entre vos, pequeño ciudadano, y la gorda engreída de turno que no para de fumar y echarte el humo en la cara con suma satisfacción.
   Me dio un número e indicaciones sobre que presentar para hacerse socio del lugar. También insinuó algo de integrarme (si quería) al grupo de gente que mantiene a flote la biblioteca, la cual no olvidemos, es popular y por lo tanto dependiente de la gente que se desarrolle junto a ella. Por mi parte, yo sólo quiero sacar un día de éstos, Espantapájaros, de Oliverio Girondo, y usarlo como antidepresivo. Digamos que Dolina puede ser muy gracioso de tanto en tanto, pero muchas veces me ha dejado pagando un sabor amargo en la boca y un desgarro quejumbroso en el corazón, talentoso hijo de puta.
   Salí de allí embriagado en nuevos aires. Me sentía tan bien y lleno, como si hubiera comido. Con una sonrisa seguí camino a mi casa, la otra. Sin embargo, luego me puse algo tenso conmigo mismo al darme cuenta que soy igual a ese personaje de Peter Capusotto, Beto Pateta, que encuentra una exagerada emoción con las insignificancias de la vida diaria. Si llego a enamorarme de nuevo, moriré de sobredosis, definitivamente.



"Le doy gracias a Dios por este día
sentí de nuevo la adrenalina
estar el sábado en la ferretería
comprando un flotador
comprando un flotador"

lunes, 3 de diciembre de 2012

La vida tiene botones, botones tiene la vida - Parte VII

   Ya en la superficie del planeta al que más tarde Michelle bautizaría y Xílaker aprobaría como "Bola de pis", la I.A captó radiofrecuencias provenientes a unos 7 kilómetros al sur. A ambos les pareció raro que las señales tuvieran su procedencia a tan poca distancia del punto de aboladepisinaje, ya que desde su prematura entrada en la atmósfera, no habían hecho más que divisar eternos mares de arena a lo largo de cualquier horizonte al que miraran. De ahí el nombre, y no sólo por la uniforme superficie de arena fina, sino más bien por su color, un amarillo fulgente que amenazaba con dejar ciego al que osara observarlo directamente por más de 10 minutos. Por supuesto, Xílaker tomó nota y precavidamente se equipó con un par de gafas de Sol.
   A los dos minutos, Xílaker volvía extenuado de su breve incursión en territorio inexplorado. No necesitaba más, una vez comprobados los depósitos de oxígeno, nitrógeno y un poquitín de dióxido de carbono, concluyó en que el aire de Bola de Pis era perfectamente respirable y nada fatal, al contrario de lo que Michelle sostenía, entre otras cosas, "una despreciable y mortífera roca de orín".
   — Te lo digo. Las lecturas no mienten, ¡es prácticamente la atmósfera de la Tierra! Si hasta lo he respirado con mis propias narices.
   — ¿Y ese sudor que me empapa todo el suelo?
   — Ahh, sí... Bueno, en lo que no te equivocabas al respecto era en la temperatura. Ufff... —pasándose el brazo por la frente empapada de sudor. —El termómetro de mi traje de aislamiento marcaba 42,7 grados centígrados ahí fuera. Un verdadero infierno.
   — Habrán apagado las llamas del infierno entonces... —susurró Michelle sin cuidado.
   — ¿Cómo decís? No te escuché muy bien.
   — Dije que quizás han apagado las llamas del infierno...
   — No entiendo a que te referís.
   — Digamos que cierto demonio descuidado se olvidó de alimentar el fuego eterno...
   — Me dejás totalmente perplejo Michelle, ¿de qué hablás?
   — Tan sólo digo que hace escasos minutos en el infierno les cortaron el suministro de gas por morosos...
   — ¿Estás bien?
   — Es probable que al mismísimo Lucifer le haya cansado finalmente el excesivo calor...
   — Claro que sí... ¿Estás hablando sobre la pérdida de anticongelante de tu núcleo central, cierto? Porque ya te dije que lo iba a arreglar apenas encontrara tiem-
   — ¡OH! ¡Mísero espécimen carnoso de dos patas y poca inteligencia metafórica! Sólo, sólo mirá por la ventana que se ubica a tus espaldas y dejá de ser tan lastimosamente estúpido.
   Anonadado, Xílaker se dio vuelta como un maniquí con la boca abierta.
   — ¿Ahora comprendés lo que he estado tratando de decirte? Estoy realmente frustrada. Uno quiere hacer drama clásico, como en las películas o en el teatro, pero no. Uno no puede evitar toparse con un lelo bueno para nada.
   — ¿Qué... qué... qu... qué... q... q... q... qué... carajo, pasa con el clima?
   — ¿Y qué va a pasar? Está nevando.
   En efecto, sólo faltaba que alguien se apareciera en la rampa de acceso de la nave, entonando unos graciosos villancicos cantados a coro.
   Nevaba en Bola de Pis.
   Xílaker salió todo presuroso hacia las inmediaciones de su nave para encontrarse cara a cara con este extraño fenómeno. No podía entenderlo, no cuando lo vio por la ventana, ni cuando lo sintió bien helado en su rostro. El tremendo calor que minutos atrás lo habría deshidratado, ahora ni rastros perduraban. El sol, tapado por el colchón de nubes que recientemente se había instalado, no podía hacer llegar ni un solo rayo de luz. Todo era un resplandor blanco. Incluso la arena fina yacía oculta bajo la incesante nevada. Ni hablar sobre la temperatura que había descendido drásticamente hasta situarse en un fresco bastante agradable.
   Se dejó caer sobre el gélido lecho de agua congelada y empezó a reír. No sabía bien por que, pero le gustó que estuviera nevando.




Continuará el día que me duerma bajo una lluvia cualquiera...